El Lucero de Tella
El libro sobrio y tosco que presentamos este mes carece de adornos exteriores y está exento de ilustraciones, incluso se escribió con letra torpe y mala ortografía, pero entraña una belleza inmensa en sus contenidos.
Se llamó “Luceros” a los libros que, escritos por los rectores de las parroquias (habitualmente las únicas personas capaces de poder escribir) detallaban los límites de las haciendas y heredades de los vecinos, así como de los concejos y de la propia iglesia de una localidad. Son, por lo tanto, inventarios de propiedades de un lugar, muy útiles a la investigación local de censos, anotaciones catastrales, tributaciones, constatación de costumbres, usos comunes, medios de producción…
Este Lucero de Tella, abierto en 1770, es una joya descriptiva en lo geofísico y una evidencia del sentido común que prevaleció en nuestras gentes. En él se explica cómo los “trentaitres vecinos de Tella y 34 con el cura” solicitaron licencia al intendente del Reino de Aragón para la formación de un catastro. Y cómo, reunidos uno de cada casa, nombrados bajo juramento de rectitud dos regidores y dos peritos de entre ellos para tasar, y de acuerdo con su ayuntamiento y con su cura como amanuense convienen en dejar constancia inamovible de los lindes y confrontaciones de sus propiedades tanto privadas como comunales. Así mismo, la partición y amojonamiento “a pico de martillo” (buegas) de sus límites con los pueblos y partidas colindantes.
La riqueza de nombres es inmensa: los alias de cada vecino; las partidas de terreno; cada barranco, río, abrevadero, collada, camino, puerto, paso de ganado; las iglesias y capillas…
Concluye el Libro Lucero de Tella con notas posteriores sobre usos, costumbres y celebraciones, compras y pagos de la comunidad.