Las Pasadetas
Una queja curiosa. En la sección “Correspondencia con las parroquias” se guardan archivados los escritos con que los sacerdotes informaban a sus superiores sobre el diverso acontecer de sus parroquias, elevaban sus quejas y daban a conocer la dificultades que sufrían en el desempeño de sus obligaciones.
El documento elegido para este mes de septiembre pertenece a esta sección. Se trata de una carta fechada en 1864 en la que el párroco de Benasque avisa al vicario episcopal de que el teniente de alcalde de su localidad ha suprimido una “práctica piadosa inmemorial”.
La práctica, digna de ser analizada desde múltiples vertientes sociológicas, consistía en que, al finalizar los entierros, los parientes y allegados que así lo deseaban volvían al interior del templo para dar tres vueltas, llamadas “Pasadetas”, adorando la cruz en el presbiterio y besando la mano al sacerdote oficiante que con el resto del clero asistente cantaba responsos al final de la iglesia, dando los fieles ocho marabedís por cada pasadeta, ya que “así estaba establecido”. Estas vueltas de rezo y limosna tenían la intención de atenuarle al finado sus días en el purgatorio.
Desconocemos la formación religiosa que pudo mover al edil a afirmar a sus vecinos cuáles eran los planes de Dios respecto a las almas del purgatorio, pero lo hizo, interfirió en la piedad popular e impidió aquella costumbre tan particular y original. Y lo cierto es que con su prohibición puso en riesgo no sólo el legado histórico-costumbrista benasqués y su acervo litúrgico-musical, sino el pequeño sobresueldo del párroco, así como el de sus coadjutores cantantes y la dotación del sacristán.
La preocupación del párroco estaba justificada. Sin las tres “Pasadetas”, el clero limítrofe no acudiría a dar prestancia al acto; el entierro quedaría falto de ceremonial litúrgico; los fieles, privados de su activa participación, tendrían que conformarse con una mera misa funeral; y el difunto, igualado a cualquier cristiano en sus exequias, perdería su inmemorial seña de identidad (aparte de que el poder civil se apuntaría el tanto de la injerencia).
En aras de recuperar parte de la autoridad y el peculio perdidos, escribe el párroco: “He determinado no dar velas en las procesiones a los señores del ayuntamiento”.