Deterioros

Los miles de documentos que se ordenan en los estantes de la sala del depósito, testigos fehacientes del devenir comunitario y particular de nuestras parroquias, nuestro obispado y nuestra catedral, así mismo, evidencian externamente su propia historia. El mero paso del tiempo por su vida, sus diferentes destinos, sus vicisitudes, su uso, su sistema de conservación… les han impreso su propia huella, y sus arrugas y cicatrices.

En muchos casos, afortunadamente, ese envejecimiento natural les aporta belleza y valor archivístico, con lo que provoca satisfacción su tenencia y su custodia, pero cuando su deterioro transmite dejadez o negligencia, cuando el maltrato, el texto sobrescrito o la mutilación que muestran se adivinan hechos por incultura, indolencia y aun perversidad, todo mueve al lamento y al enfado por el bien común deteriorado o perdido.

La labor de restauración en un archivo es substancial y trascendente. En la misma medida en que las manos del restaurador luchan ante los documentos para frenar un proceso de desmejora, limpiar impurezas, recomponer papel corroído, consolidar tintas deslucidas o reconstruir tapas dañadas, están batallando por restituirles la grandeza y la integridad perdidas por su propia naturaleza o acaso, por la torpe acción de otras manos menos delicadas.

La ilustración que acompaña este comentario muestra diversos grados de deterioro en valiosos manuscritos de diferentes épocas y etiologías. En la parte inferior se exhibe un excelente trabajo de recuperación sobre una pieza insólita y singular por su muy escasa difusión, y por su ausencia en las colecciones sigilográficas más conocidas. Se trata del sello en lacre de la Cancillería Apostólica Vaticana. Fechado en 1577 –por tanto, bajo el gobierno del papa Gregorio XIII–, el documento al que autentifica es la resolución de un proceso judicial en que el camarlengo dirime una cuestión de índole económica. Las figuras centrales del sello representan a san Pedro y san Pablo en sendas capillas situadas bajo la imagen de una maternidad divina, que se halla en trono con dosel. Al pie, entre dos escudos con las llaves cruzadas que simbolizan el papado, una figura central que parece llevar tiara de tres coronas. La leyenda que circunda es ilegible (si bien, se intuye a la izquierda: “CAMERA APOSTOLICA”).