Nota Suelta

Un archivo es reflejo de la institución que lo ha creado. Así, a través de él, podemos conocer el desarrollo de su gestión a lo largo del tiempo en las grandes series, como los libros de actas, los luceros, las constituciones sinodales… pero, de vez en cuando, la archivera se encuentra sorpresas en forma de vagas anotaciones, retazos de un papel reutilizado o, tal vez una aclaración particular al margen de un escrito, que le hacen tomar conciencia de que detrás de todo el entramado de organización, administración, evangelización hay seres humanos, personas con sus pequeños grandes problemas que pueden parecer irrelevancias, pero que analizados aisladamente en esas “notas sueltas” acaso tengan el valor de aclarar un modo de ser y una situación de vida, o quizás aporten luz sobre actitudes y preocupaciones personales de quienes fueron testigos de la historia y la redactaron para nosotros.

Claro que, con la lectura de estas notas sueltas, a veces, se corre el riesgo de entrar inmerecidamente, más que en un hecho reseñable, en una intimidad privada a la que, de haber sospechado que lo era, el pudor nos hubiera aconsejado no descubrir. Deseando no merecer la descalificación por cotilleo, ya que no tenemos duda de nuestro respeto al prurito y al escrúpulo sacerdotales por realizar correcta y canónicamente el ejercicio de su ministerio, mostramos en este Documento del Mes una “nota suelta”, desubicada y anecdótica, que es la prescripción certificada en 1864 por el médico de Castejón y de Urmella (pueblos de frío y nieve a más de 1200 m de altitud), de que el sacerdote “debía celebrar la santa misa con peluca”.